Por sorprendente que nos pueda parecer para una civilización de tal
poderío, nunca existió un estado que englobara a todos los griegos, ni un país
llamado “Grecia”. Fueron los romanos, siglos más tarde, quienes llamaron
“griegos” a los habitantes de las costas del mar Egeo.
Los griegos se llamaron a sí mismos helenos. Por eso la
comunidad cultural que conformaron se conoce como Hélade. La Hélade no solo era
entonces un país, ya que los griegos estaban organizados en una multitud de
polis o ciudades- estado independientes, a menudo rivales entre sí.
La “polis” griega era un pequeño Estado independiente que abarcaba un
núcleo urbano o ciudad, y las aldeas de alrededor, cuyos habitantes poseían los
mismos derechos que los que vivían en la ciudad principal. Tenían además las
mismas costumbres y adoraban a los mismos dioses. La polis era, además,
autárquica en lo económico; es decir, podía vivir tranquilamente sin depender
de otras zonas, era autosuficiente.
Estas ciudades no constituyeron en esta época unidades más amplias; es
decir, no integraron un gran Estado político o un imperio. Grecia se
caracterizaba por su fragmentación política. Las condiciones internacionales
favorecían esta situación: el poderío persa sólo estaba naciendo, Egipto se
encontraba en plena decadencia.
El pueblo griego pudo vivir con su régimen propio sin ser absorbido por
ningún poder mayor. En este comienzo, entonces, la ciudad tenía una unidad con
las aldeas que la rodeaban. En la ciudad, los edificios civiles y religiosos se
disponían alrededor de una gran plaza, llamada agora. Allí se congregaba la
gente, luego fue el sitio físico del mercado y el centro de la vida del pueblo
griego.
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